viernes, 27 de noviembre de 2009

EL DESEO COMO NECESIDAD EN SU ACOPLAMIENTO CON EL OTRO






Por: Nicolás Meneses Álvarez

Qué asco ver a toda esa gente, ese rizoma de deseos, encaminados a sus ideales e idealizaciones de sí mismos con el exterior, de tal manera que sus deseos no son puros, son deseos carcomidos, ideologizados en tano que son disfrazados con un motivo aparente para poder acoplarse con el otro, pero por dentro el deseo sufre por no poder ser sí mismo y no tener otra organización que la que su dueño quiera darle, son necesidades. En este punto, habría que hacer una distinción y un reconocimiento del único tipo de necesidad que poseemos como maquinas orgánicas: la necesidad fisiológica, es decir nuestras necesidades verdaderas son únicamente las que nuestro organismo nos exige para llevar a cabo una buena producción, para seguir siendo una “working machine”; las necesidades de comer y excrementar, no obstante, estas necesidades constituyen a su vez deseos y voluptuosidades al utilizar órganos que devienen objetos parciales, en tanto que mantienen una regla de régimen de acoplamiento entre sí, es decir, siempre hay una maquina productora de flujo y otra conectada a ella que realiza un corte y extracción del flujo y toda máquina productora de flujo extrae y corta a su vez flujo de otra máquina que es productora y a su vez extractora. Boca para comer, boca para mamar, boca para vomitar (orgánicamente o discursivamente). Por ende, la funcionalidad de cada órgano se vuelve múltiple, el ano que deviene órgano sexual, y por esa multiplicidad que roza también, en su funcionamiento, la sublimación de la pulsión sexual en sensaciones musculares aparentemente ajenas, cada órgano se convierte en objeto parcial de voluptuosidad, al llevarse a cabo la necesidad orgánica.





El otro tipo de necesidad, es necesidad conectiva, es el deseo reprimido e ideologizado, es necesidad de conectarse con el exterior, de funcionar en pro de un fluido aparente, de un fluido que no es en sí mismo, sino que es en tanto se disfraza para funcionar “armónicamente” e hipócritamente para los demás. Es el deseo desterritorializado en su propio seno, en su molecularidad múltiple y viscosa, para ser nuevamente reterritorializado en el seno de una nueva superficie pura y sentimental, enmilagroseada por el uso de nuestros diques psíquicos (la vergüenza, el asco, la moral). El deseo es en sí mismo lo que su naturaleza le ha dicho que sea, pero nosotros lo modificamos para hacerlo congruente, esa congruencia es la belleza en sí misma estética, nuestro ideal estético de belleza occidental, nuestro deseo expropiado, hecho del otro y a favor del otro, nos conectamos a su ano para proveerles la mierda que necesitan para vivir. La necesidad es la incapacidad en su estado puro, el funcionar por la otredad, la dependencia en ella. Dejar de mover nuestro mecanismo, estancarnos y estancar la máquina para hacer funcionar los otros mecanismos y sobrecargarlos, sobrecalentarlos, ralentizando el funcionamiento de la maquina entera, la maquina mundo. En otras palabras, dejamos de respirar, de comer, para producirle más mierda al otro, y sólo esos somos para el otro, más mierda que cagar y más papel higiénico que utilizar, por tanto, un gasto más.
La necesidad conectiva, es la belleza del deseo puro, y como belleza es plástica y hueca, lo disfuncional, solo funciona en y para los demás. Lo artificial, lo estático, la abominación del deseo puro, su dependencia.
El deseo nace con nosotros en forma de raicillas que con el tiempo se van desarrollando y en la infancia se sienten como energía pura, ya que hay un desplazamiento de finalidad debido a nuestra incapacidad fisiológica de llevar a cabo la finalidad sexual, pero después en la pubertad, el deseo adquiere un autentico nombre propio ya que se abre a las multiplicidades que le atraviesan. El deseo vive con nosotros, nos hace funcionar y funciona en nuestro cuerpo, es dinámico y dinamiza nuestros mecanismos y fluidos. El fluido de comida, de sangre, de vomito, de aire, de aire de vómito.
El deseo en sí mismo se sacia consigo mismo, es independiente, o más bien, es dependiente únicamente de las estructuras internas que nos subyacen y nos conforman. El recorre y se recorre constantemente, su naturaleza le sugiere saciarnos con nosotros mismos, esa es la conexión pura del deseo, deberíamos lograr saciarnos con nosotros mismos el yo con yo y y… el deseo puro se da únicamente hacia mí mismo, yo me deseo a mí mismo, mi yo propio, no el ideal del yo que es el que nos condiciona. Soy yo mismo, yo cuando cago, yo cuando me masturbo, yo cuando estoy sin arreglar para nadie más, pero para mí estoy perfecto, así tenga pichas en los ojos; yo cuando me meto un dedo en el culo, yo cuando me huelo el sudor de la entrepierna, yo cuando vomito y cuando me trago mi propio semen. El deseo puro no se conecta más que a través de las estructuras orgánicas elementales que me subyacen, esos objetos parciales, y la única manera de que funcione exitosamente con el otro y que además haga que dos cuerpos sirvan de una suerte de mecanismo complejo acoplado al mundo que los dinamiza y al que dinamizan como poleas con buena cantidad de aceite; es si esa conexión no se da hipócritamente, si lo que se desea en el otro es lo que realmente nos hace requerir ese acoplamiento, sin mentiras hacia el otro “tengo necesidad de verte” y sin idealizaciones estructurales enajenantes “ la amo”. Esta conexión es únicamente posible cuando adquirimos un auténtico nombre propio, es decir, cuando nos abrimos a las intensidades que nos recorren y a las multiplicidades que nos atraviesan, para luego establecer dicho acoplamiento.
Y es que la presencia del otro, tiene una surte de condicionante en nuestro funcionar y por tanto siempre aparentamos. En el sexo hay un devenir animal parcial, en el cual adquirimos un autentico nombre propio, pero no completo, porque siempre se piensa en que esa otra persona está ahí y requiere ser satisfecha y además juega el papel de sustento orgánico de nuestras fantasías y deseos sexuales, es decir que no hay un acoplamiento puro que permita un fluir deseante polidireccional. Y ni siquiera en la masturbación, cuando estamos frente a un espejo, hay un proceso de personalización puro, ya que la imagen endeble en el espejo funciona como otro, otro que no soy yo, pero que pareciera que controlara mis movimientos. Solo cuando es abolido todo tipo de prejuicios y apariencias es posible establecer un verdadero acoplamiento funcional.
El deseo puro nunca se da en el yo ideal, el yo de la sociedad, en el yo que veo en el espejo, un yo invertido. Ese yo que veo ahí es una farsa, es la necesidad encarnada en una imagen “propia” que no es mi yo natural. Solo cuando perdemos la conciencia de la imagen fantástico-estética de nosotros mismos, que además funciona en pro de la otredad, la porquería de construcción social que se nos ha obligado a asumir, solo cuando ya no nos acordamos de cómo somos físicamente, y cuando el otro que nos extravía nuestros fluidos y deseos en función propia no se encuentra próximo a conectar su extracción de vida, su vagina en nuestro pene, su pene en nuestro culo, su seno en nuestra boca, su boca en nuestro pene, su vomito germinando en nosotros semillas de extracción; sólo allí seríamos capaces de abrirnos a nuestro yo propio, de dejar funcionar nuestro deseo puro, que evidentemente y como ya lo había mencionado, solo funcionaría con la otredad si esta a su vez se abre a las multiplicidades que le atraviesan, para así logra funcionar de manera no carcomida, no disfrazada.
La sociedad nos ha obligado a hacer el deseo dependiente de un objeto exterior. El deseo es entonces corrompido, se le busca sustento a algo que es autónomo por sí mismo. Una vagina cuando el pene tiene su mano. De tal manera que todas las relaciones interpersonales son solamente un sustento innecesario de nuestro deseo, que gracias a la sociedad, no se sacia a sí mismo, a menos que el deseo interactúe con el otro en términos de intensidades y multiplicidades, como había dicho anteriormente, el deseo en su territorio, con su autentico nombre propio.
Estamos condenados a la dependencia en la otredad, atribuyendo la gracia de nuestro interior al exterior, a esa masa amorfa que nos absorbe (… es que esa niña me hace sentir vivo). No podemos, no queremos saciarnos a nosotros mismos, le damos objeto a algo que no lo requiere. Deseamos la otredad, queremos amarla… ¿para qué?... ¿para sentirnos vivos?... vivos otra vez, ¿para qué?... ¿para morir a cada instante?... ser tan sensible e incapaces que con cualquier pequeñez sentimos morir… vulnerables todo el tiempo… ¿para qué?... es mejor estar muerto y saber que se está muerto, saberse finado, que no estar muriendo a cada instante por nuestra vulnerabilidad de vida… la vida nos impone dependencia. Ni siquiera escribiendo esto estoy siendo autónomo, estoy marcado por las ideas de unos pensadores anteriores a mí, que ni siquiera por sí mismos lograron adquirir su pensamiento. Este es sólo prestado, y no prestado de ti para mí, sino algo robado a ultranza de la manera más abrupta, con el pretexto de ser patrimonio intelectual de la humanidad… es robar algo manoseado.
Deleuze, Guattari, Lacan y Freud atraviesan este escrito, sus ideas fueron asaltadas por mí, para fortalecer mi pobre idea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario